Urge hacer propia la revolución tecnológica (y social)
Sergio Lehmann Economista Jefe de BCI Estudios
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Sergio Lehmann
Como nunca antes en la historia, las formas y canales de comunicación y acción, los procesos productivos, transacciones y servicios, evolucionan vertiginosamente. Este fenómeno va más allá de los avances tecnológicos en informática, robótica, automatización y manejo de datos que permiten conocer y anticipar nuestro comportamiento. Incluye desarrollos en microbiología y neurociencias que han extendido la frontera de lo posible más allá de lo que alguna vez imaginamos. Del lado social, vemos una población empoderada, que aboga con fuerza por mayor inclusión y meritocracia, para la cual las experiencias y la inmediatez son prioridades.
¿Qué estamos haciendo en Chile para enfrentar este monumental desafío? Muy poco hasta ahora. Xavier Sala-i-Martín, economista español que nos visitó recientemente, resalta que dados los efectos de las nuevas tecnologías sobre el mercado del trabajo, es central efectuar ajustes en la educación, haciendo de la capacidad de adaptación su eje central. Más que acumular conocimiento en un área específica, es importante generar la capacidad de reinventarse periódicamente de la mano con los avances tecnológicos que van desplazando empleos. Detrás de ello se advierte que esta revolución, a diferencia de experiencias anteriores, es veloz, multidimensional y afecta a trabajadores bien formados.
La educación en Chile debe, por tanto, ajustarse, dejando atrás la lógica de hace 200 años, herencia de paradigmas propios de la revolución industrial, en que las materias son dictadas por un profesor experto sólo en un área, en clases cerradas y poco participativas. Hoy las claves en materia de lineamientos educativos son definidas por las denominadas 4-C: pensamiento Crítico, Comunicación efectiva, Colaboración como eje central y Creatividad. Sobre esa base apuntamos hacia la “flexibilidad mental”.
Desde el punto de vista de la empresas, como lo señala Juan Carlos Eichholz en su libro “Capacidad adaptativa”, se requieren estructuras ágiles, con tareas diseñadas en base a redes, además de amplios espacios para la experimentación, conducidos por liderazgos múltiples y diversos. Este es el camino que lleva a organizaciones exitosas, con bases colaborativas y creativas, con un sentido de existencia y orientación bien asentada.
Es importante que definamos, entonces, prontamente una estrategia a nivel país para prepararse a la nueva realidad que se nos viene. Debemos tener una hoja de ruta bien definida. Como dice Yuval Harari en “21 lecciones para el siglo XXI”, la claridad es poder. El gobierno ha impulsado una agenda ambiciosa de modernización del Estado, a través de la simplificación de trámites y agilización de procesos. Pero ello es aún muy insuficiente. Debemos dar pasos que permitan alcanzar una alta flexibilidad en las empresas, en el mercado laboral, en los procesos de inversión y transformación. Urge entregar señales que apunten a generar una mayor capacidad de adaptación.
La inteligencia artificial y la biotecnología ofrecen hoy día a la humanidad el poder de remodelar y rediseñar la vida. Debemos asumir y adaptarnos a esta realidad, enfrentando el gigantesco desafío que ello implica. Cierto es que no es para nada sencillo, pero se trata de una tarea urgente. Los procesos de adaptación generalmente conllevan temores de enfrentar la pérdida de competencia, identidad, o control de los procesos. Pero es esencial atreverse a actuar, de forma de no caer en la irrelevancia o la obsolescencia. Ya es hora de hacerse cargo.